viernes, 11 de diciembre de 2015

Clamar y Alabar

Clamar y Alabar a Dios 

 SALMOS 140-145 


 Los Salmos de David son llenos de alabanzas a Dios por su grandeza y bondad; pero como cualquier ser humano, dejo ver sus momentos de angustia, desesperación y también de quejas ante Aquel que a veces parecía no responder. David era consciente de la necesidad de estar purificado antes de entrar a la presencia de Dios; y entonces, manifestando sus mas profundos sentimientos, dolores, angustias y miedos, le expresa a Su Padre la necesidad de que le asista inmediatamente, antes que su alma se angustiara tanto que pueda ser como la de cualquier mortal que desciende a la sepultura. David clamaba en grande incertidumbre, necesitaba de verdad a su Padre; no estaba viviendo los mejores días de su vida. Y en medio de tanto desespero, pedía al Señor que su boca no hablara iniquidad y dijera lo que no debía, porque era consciente de las limitaciones humanas para hacer lo bueno y para presentarse como justo delante de Dios. 

Entonces, la forma que utilizaba David para confortar su alma, era RECORDAR las misericordias de Dios para con su vida; reflexionaba en los días antiguos para contrastar que si bien su corazón se encontrara desolado, las obras poderosas que Dios había hecho eran mucho mas grandes que esa tristeza que le invadía. Por eso, de madrugada David le buscaba, confiado en que una vez mas vería la gloria de Dios en la tierra de los vivientes, allí en medio de esas situaciones tan devastadoras. Como la tierra sedienta, extendía sus manos pidiendo dirección y respuesta ante las situaciones que tenia en frente. Orar es fácil, alabar también, pero perseverar en ellas en medio de la dificultad, es a veces desalentador y frustrante. Pero en esos momentos, donde parece que nunca va a amanecer, donde las situaciones aparentemente empeoran, es cuando debemos volver nuestra mirada atrás, y recordad de donde nos saco Dios. 

 Se ha puesto a pensar donde estaría si no hubiese conocido del Señor? La respuesta no debe ser muy gratificante. Quizás con muchos logros económicos, con una vida de farra y desorden, alimentando sus vanidades y dando gusto a su cuerpo. Pero nada se puede comparar con la preciosa asistencia del Espíritu Santo en nuestra vida, que una y otra vez no recuerda las promesas a las que fuimos llamados. Cada vez que amanezca triste, vuelva sus ojos atrás, mire lo que su Padre ha hecho por usted, y este confiado porque cualquiera te puede fallar menos El.