Esa parece ser una pregunta que de vez en cuando hacemos, sobretodo en nuestros
momentos de vulnerabilidad. Si eres
creyente, te enojas con Dios… si no lo eres, le pides explicaciones a la vida…
en todo caso nos sentimos con el derecho de exigir una explicación por tan
injusta situación que ha venido a revolcarlo todo…. Un amor que se va sin un lógico adiós, ese ser querido que nos dejó para siempre, ese
negocio en que por años invertimos nuestro tiempo, esfuerzo, dinero, esa
quiebra, la despedida sin imaginarlo de nuestro trabajo, esa enfermedad
repentina que parece haberse incubado para mortificar no solo a nuestro cuerpo
sino para debilitar a nuestro espíritu;
la vejez que toco nuestra puerta para plantarse y seguir por toda nuestra
estancia; la pérdida del bebe que tanto pedimos para bendecir nuestro hogar….
Tantas cosas y situaciones que desacomodan nuestra normalidad para sacar lo
peor de nosotros… Si, por que es en estos momentos, cuando el dolor está
tomando protagonismo, donde demostramos quienes somos realmente. Lo primero que sucede es que tratamos de
sobreponernos por nuestros propios medios o algunos externos a los que tenemos
acceso. Pasamos desde tratamientos médicos
hasta llamar a cuanto contacto tenemos en nuestro teléfono tratando de encontrar
una respuesta adecuada, algo que nos diga que está sucediendo y por qué. Pero nada pasa, el dolor continúa, las
respuestas no alivian nuestra situación y lo que hacemos por mejorarla no
funciona.
Rendidos
y si Dios ha tocado alguna vez nuestra puerta, volvemos a Él, a pedirle
consuelo, a reclamarle, a tendernos antes sus pies para reconocer que solos
nada podemos hacer. En esos momentos, se
establece una relación milagrosa entre nosotros y un Padre amoroso que siempre
tiene lo mejor para nosotros, inclusive pasando por el dolor, la enfermedad y
la soledad. No nos fijamos que muchas de
esas situaciones lo único que están haciendo es acercándonos a nuestro Dios,
padre amoroso que espera pacientemente para que le miremos y podamos caminar de
acuerdo a sus preceptos, para prepararnos a una eternidad con El. Ese
tipo de situaciones que no entendemos, son bendiciones disfrazadas de dolor y
tristeza, pero cuando llega la calma, nos podemos dar cuenta del valioso regalo
que estábamos recibiendo, si, en medio de tanto dolor.
Lo más lógico en esos momentos es que pidamos
porque todo termine rápido, que pase, que ya no duela más… pero si analizamos
bien, es en esos instantes cuando más cerca estamos de nuestro Padre y de sus
preciosas bendiciones. Los que somos
padres, sabemos que cuando nuestros pequeños están enfermos, es cuando más
cerca nos tienen, tratando de evitarles ese dolor por cualquier medio, y
sabiendo que muchas de esas etapas de enfermedad solo les hará mas fuerte su
sistema inmunológico.
Pensar que Dios se apartó de nosotros es
incorrecto; El está más cercano a nosotros que nunca antes; son cosas que
pasaran, y no están ajenas a la voluntad de Dios. Por eso, cada vez que pidamos algo a Dios, deberíamos
hacerlo como Jesús lo hizo, pidiendo porque no sea nuestra voluntad sino la
suya la que se haga. Poca fe contiene una
oración como esas? Claro que no! Jesús
oro en esa forma, pidió le fuera quitada esa situación que vendría, pero que se
cumpliera primero la voluntad de Su Padre.
Cuanta confianza existe en esa petición.
Pedir las bendiciones que nosotros queremos, está bien, pero sería de más
provecho si pidiéramos las que el Padre tiene para nosotros: aquellas que no añaden
tristeza y que son para siempre. Por
eso, cuando miremos alrededor y pareciera que todos tienen tantas bendiciones,
tanta prosperidad y felicidad, no nos detengamos a preguntar porque ellos si y
yo no… No sabemos de qué forma el Señor está bendiciendo tu vida… así sea en
medio de duras pruebas. Con razón la
palabra dice que es preferible que lleguemos cojos o ciegos al cielo y no enteros
a una vida en el infierno. Nada que provenga
de Dios podrá ser malo, Porque Él no lo es.
Las bendiciones pueden estar revestidas de muchos colores y matices, y
no son como nosotros las pensamos muchas veces.
Lo material perece, la salud se acaba, el dinero no lo es todo, la fama
es efímera… de no ser así, no hubiese tanto famoso suicidado, tanto rico
postrado, tanto poderoso
infeliz… Que es lo que necesitamos
para alcanzar esos deseos del corazón? Sintonizarlos
con las bendiciones que Dios tiene para nosotros. De El esperemos lo mejor y eso es lo que vendrá… lo necesario para
vivir bien en esta vida y en la venidera.
Fijarnos en cada bendición que ya se nos ha sido dada: la buena salud,
el contentamiento, la prosperidad económica, la inteligencia, la espiritualidad… Cada vez que estemos triste por algo, demos gracias
por lo que ya tenemos y porque muchos de aquellos que tienen lo que nosotros
queremos, no tienen el don precioso de la salvación y la vida eterna. No nos confundamos. Miremos detrás de la realidad y del aparente
infortunio…. Dios está detrás de cada situación para nuestro crecimiento y
desarrollo.